En un mundo de WhatsApp, Facebook y Twitter, es imposible afirmar que
las redes sociales no han cambiado la manera en la que vivimos y nos
relacionamos.
Cada vez las distancias tienen menos
significado y todos parecemos estar conectados a todas horas de manera
inevitable. Ni tan solo el más misántropo puede escapar de tal conexión. De
esta manera, las redes sociales forman parte de nosotros y de nuestra rutina
diaria. Ya son pocos los que pueden asegurar que por las mañanas no se sumergen
en una (casi siempre frustrada) búsqueda de noticias en el insulso mar de
información que nos ofrece Facebook, o que sus sesiones en el lavabo se ven
desprovistas del visionado de imágenes que muestran vidas ajenas carentes de
defectos.
Mas la transición de una vida
despojada incluso de los más rudimentarios móviles a una en la que estos son
imprescindibles para formar parte de esta sociedad ha sido demasiado veloz. No
hemos tenido tiempo para plantearnos sus posibles consecuencias.
Muchos son los que reniegan
categóricamente de cualquier riesgo que su amada tecnología pueda entrañar,
pero hechos científicamente probados como que las redes aumentan la depresión,
la ansiedad, los problemas de sueño o la inseguridad son definitivamente
alarmantes.
En una sociedad más centrada en la
felicidad que nunca, la infelicidad y la insatisfacción parecen reinar, por
mucho que sus miembros traten de ocultarlo. Quizá sea hora de plantearnos si
tanto tiempo perdido en tan irreales e idílicos referentes es necesario.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada