A lo largo de nuestra
vida experimentaremos situaciones dolorosas que nos dejarán una huella
imborrable. Estas experiencias, para algunos, serán el fin del mundo y, para
otros, una oportunidad para salir adelante con una lección de vida aprendida.
Las experiencias
traumáticas no son únicamente un fenómeno actual, pues a lo largo de la
historia el ser humano ha tenido que lidiar con problemas inimaginables. Un
claro ejemplo son los afectados por el holocausto nazi, que tras una vivencia
devastadora tuvieron que salir adelante de la mejor manera posible, y aunque no
todos lo hicieron, muchos salieron de aquella experiencia traumática con la
esperanza de una nueva vida próspera, sabiendo que nunca sanarían totalmente de
esos recuerdos.
No obstante, la sociedad
actual parece carecer de la valentía necesaria para afrontar los impedimentos
de la vida humana, especialmente la llamada “generación de cristal”. Esta
generación crece de la mano de las comodidades, la sobreprotección paternal,
las pocas preocupaciones… Pero, sobre todo, sin la experimentación de fracaso,
sentimiento clave que dota a los adolescentes en formación de unas aptitudes
vitales para la vida adulta.
Cierto es que la vida es
como el río de Heráclito, un cambio incesable, por lo que es imposible escapar
del fracaso, el miedo o los traumas. Así pues, la mejor manera de afrontar la
vida es aprender de cada paso hacia atrás que damos. Cada persona está constituida
por un puzle de experiencias y aunque algunas piezas sean más oscuras, forjarán
quienes somos, porque eso es la resiliencia.
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