Per Leyre Tortosa García,
alumna de 1r de BAT-D
La sociedad de hoy en día vive con la presunción de que nuestro sistema
lingüístico es sexista. Como en toda lengua con una historia machista, quedan rasgos
que podrían conllevar discriminación, pero no siempre es el caso. Las nuevas
generaciones proponen un modelo de lengua con el que se pierden completamente
nuestras bases y nuestro esqueleto.
En primer lugar, es necesario incluir en el diccionario palabras que antes
no existían por el simple hecho de que no eran necesarias. Por ejemplo, en
oficios como soldador, donde antes solo trabajaban hombres, se debe
admitir soldadora, como también sargenta, jueza o pilota.
De la misma manera, azafato o costurero, antiguas ocupaciones de
las mujeres, son términos reconocidos. Así, hemos dejado huella y demostrado
que queremos eliminar los prejuicios que han persistido hasta nuestros tiempos.
No obstante, aceptar soluciones como nosotres o todxs para
referirse a un conjunto de personas es renunciar a las características de
nuestra propia lengua. El castellano es un idioma culto, rico en todos los
ámbitos, ampliamente desarrollado y con una inmensa cantidad de hablantes
diarios. Ser considerado machista por no dirigirse específicamente en femenino
es tan inmoral como obligar a un anciano a usar correctamente las nuevas tecnologías.
Avanza una corriente que ve falta de equidad por todas partes, incluso cuando no la hay. Los vínculos entre el latín y el castellano no son perfectos, y muchas veces los orígenes nos engañan. Conseguir un lenguaje inclusivo no es añadir nuevas formas gramaticales o fonéticas, sino trabajar en la modificación de nuestra cultivada lengua conservando nuestros principios, que de ninguna manera son precarios.
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