dissabte, 31 d’octubre del 2020

«A través del espejo», un relat de terror per a Halloween d’una exalumna

Elizabeth se encontraba viendo las noticias como cada mañana, cuando escuchó que una vecina de su calle había desaparecido. La señora Norris no se llevaba bien con nadie, era muy fría, siempre hablando mal a todos. No le extrañó, pues la semana anterior había tenido una gran discusión con ella, porque decía que había secuestrado a su gato.

-¿Para qué iba a querer yo secuestrar a esa bola de pelo gruñona?-masculló para sus adentros.

Estaba en su semana de vacaciones y decidió aprovechar para hacer las tareas del hogar, pues su trabajo a jornada completa como telefonista no le daba tiempo suficiente para que se pudiese encargar de todo lo que debía con normalidad. Ella vivía sola, pues sus padres desaparecieron cuando  tenía dieciséis años. Todavía recordaba aquella noche, cuando fueron a una fiesta y ya no volvieron; su padre con su chaqueta azul y su madre con su abrigo de piel de zorro que tanto le gustaba. Fue su tía quien cuidó de ella, pero se marchó en cuanto consiguió un trabajo, después de muchos años de decirle que buscara un empleo, en vez de continuar con sus estudios, ya que siempre le reprochaba el gasto que implicaba mantenerla. En cuanto terminó de arreglar el salón, se dirigió hacia el sótano, en el cual había una ventana que conectaba su sótano con el del vecino, por la cual se pasaba largos ratos mirando. Siempre le pareció raro que sus sótanos estuviesen conectados de esa forma, pero nunca le preguntó nada a nadie, pues cada vez que intentaba hablar con sus padres de su vecino del sótano, estos le decían que no contase nada a nadie, porque a la gente no le interesan las cosas de niños. Sus vecinos, que eran algo mayores, tenían un hijo llamado Aler Geto, al que nunca había visto en la calle, pues siempre estaba enfermo y su salud no le permitía salir de casa.

Oscurecía  ya cuando bajó al sótano, pues las tareas domésticas le habían ocupado más tiempo del que creía. Encendió la luz y fue a mirar por la ventana, como cada vez que bajaba, pero se quedó de piedra cuando observó una grotesca escena. Estaba lleno de manchas rojas por todas partes, se asustó mucho, porque parecían de sangre. Y allí, en medio de aquel caos, mirando hacia su ventana estaba Aler, tan tranquilo, sonriendo maliciosamente.

-A…A…Aler-apenas pudo balbucear-.¿Qué es esto?

Repentinamente le vino a la mente la señora Norris

-¿Aler?¿Aler, es…no será la señora Norris, ¿verdad? ¡Aler!- gritó exasperada, al ver que no le contestaba.

-Sabes que nunca haría nada que tú no quisieras- dijo, mientras acariciaba el cristal de la ventana.

Elizabeth subió corriendo las escaleras, casi tropezó con el último peldaño, pero logró mantener el equilibrio. Se encerró en su habitación, apoyándose contra la puerta, respirando rápidamente.

-No puede ser, no puede pasar esto. Aler nunca… él no haría nada así-murmuraba para sí, mientras se abalanzaba sobre su portátil en busca de algo que aclarara sus especulaciones sobre Aler.

Empezó a buscar información sobre cómo son los asesinos y encontró siempre el mismo patrón en los que eran psicópatas. Todos maltrataban y mataban animales cuando eran pequeños. Le venían recuerdos a la mente de su niñez, cuando visitaba a Aler desde su sótano, y empezó a llorar al darse cuenta de que siempre había manchas de sangre pequeñas y mucho pelo de animales. Incluso tenía una pequeña colección de cráneos de gato. Sin embargo, nunca pensó que fuese él quien los mataba, y quería seguir pensando que no era así.

Pasó toda una semana sin bajar al sótano, e incluso pidió una excedencia en su trabajo, pues estaba destrozada por lo ocurrido. Aquella semana había sido horrible, añadiendo que el señor Smith, otro vecino de su calle, no paraba de ir a su casa. Era un señor mayor, de unos cincuenta años, que siempre iba detrás de las chicas jóvenes. A Elizabeth ya la tenía harta, y no sabía cómo hacer que la dejara en paz. Esa tarde se la pasó viendo un reportaje en la televisión sobre un asesino en serie que descuartizaba a sus víctimas. Estaba tan cansada que se durmió en el sofá mientras lo veía.

Cuando abrió los ojos ya era de noche. La tele seguía encendida pero no le hacía caso, hasta que escuchó un nombre que le era familiar. Escuchó con más atención y le dio un vuelco el corazón cuando repitieron el nombre de su vecino  y vio su fotografía en la pantalla. Aterrada, y a la vez furiosa, bajó corriendo al sótano observando con horror cómo Aler estaba cubierto de sangre, y había pedazos de lo que parecía ser el señor Smith esparcidos por su sótano. Su cabeza colgaba, apenas unida a su cuello y a un trozo de su tronco, que estaba partido en dos. Se apartó de la ventana maldiciendo a pleno grito, pues sus temores se confirmaban. Empezó a chillarle y decirle que llamaría a la policía y que lo entregaría. Aler, con su sonrisa de siempre, solo se limitó a escribir algo en un papel y se lo guardó en el bolsillo, para luego acercarse a la ventana de Elizabeth, al tiempo que esta daba un paso atrás, y señaló una pequeña trampilla que había en medio del sótano de Elisabeth.

-Sabes que nunca haría nada que no quisieras- dijo Aler mientras se relamía los labios maliciosamente-.Si yo caigo, tú vendrás conmigo.

Extrañada por aquellas extrañas palabras, Elizabeth se apresuró a abrir la trampilla que Aler le señalaba. Cuando descubrió lo que había dentro se quedó inmóvil. Estaba el cuerpo sin vida y ya ligeramente descompuesto de la señora Norris, había otros dos cuerpos humanos, ya en los huesos, vestidos con una chaqueta azul y un abrigo rojizo llenos de polvo, además de varios huesos que parecían de animales. Con los ojos llenos de lágrimas, fue hasta la ventana y la golpeó con todas sus fuerzas. Rompió el cristal en muchos pedazos, pero había algo que Elizabeth no llegaba a comprender. 

Con una risa nerviosa, sacó un pequeño papel de su bolsillo, lo leyó y cayó al suelo riendo a carcajadas. Empezó a escuchar las sirenas de la policía a lo lejos y se apresuró a salir de aquel sótano. Cuando la policía entró al sótano de Elizabeth, encontraron todos los cuerpos, y un pequeño papel delante de un viejo espejo roto.

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