Elizabeth se encontraba viendo las
noticias como cada mañana, cuando escuchó que una vecina de su calle había
desaparecido. La señora Norris no se llevaba bien con nadie, era muy fría,
siempre hablando mal a todos. No le extrañó, pues la semana anterior había
tenido una gran discusión con ella, porque decía que había secuestrado a su
gato.
-¿Para qué iba a querer yo
secuestrar a esa bola de pelo gruñona?-masculló para sus adentros.
Estaba en su semana de vacaciones y
decidió aprovechar para hacer las tareas del hogar, pues su trabajo a jornada
completa como telefonista no le daba tiempo suficiente para que se pudiese
encargar de todo lo que debía con normalidad. Ella vivía sola, pues sus padres
desaparecieron cuando tenía dieciséis años.
Todavía recordaba aquella noche, cuando fueron a una fiesta y ya no volvieron;
su padre con su chaqueta azul y su madre con su abrigo de piel de zorro que
tanto le gustaba. Fue su tía quien cuidó de ella, pero se marchó en cuanto
consiguió un trabajo, después de muchos años de decirle que buscara un empleo,
en vez de continuar con sus estudios, ya que siempre le reprochaba el gasto que
implicaba mantenerla. En cuanto terminó de arreglar el salón, se dirigió hacia
el sótano, en el cual había una ventana que conectaba su sótano con el del
vecino, por la cual se pasaba largos ratos mirando. Siempre le pareció raro que
sus sótanos estuviesen conectados de esa forma, pero nunca le preguntó nada a
nadie, pues cada vez que intentaba hablar con sus padres de su vecino del
sótano, estos le decían que no contase nada a nadie, porque a la gente no le
interesan las cosas de niños. Sus vecinos, que eran algo mayores, tenían un
hijo llamado Aler Geto, al que nunca había visto en la calle, pues siempre
estaba enfermo y su salud no le permitía salir de casa.
Oscurecía ya cuando bajó al sótano, pues las tareas
domésticas le habían ocupado más tiempo del que creía. Encendió la luz y fue a mirar
por la ventana, como cada vez que bajaba, pero se quedó de piedra cuando
observó una grotesca escena. Estaba lleno de manchas rojas por todas partes, se
asustó mucho, porque parecían de sangre. Y allí, en medio de aquel caos,
mirando hacia su ventana estaba Aler, tan tranquilo, sonriendo maliciosamente.
-A…A…Aler-apenas pudo balbucear-.¿Qué
es esto?
Repentinamente le vino a la mente la
señora Norris
-¿Aler?¿Aler, es…no será la señora
Norris, ¿verdad? ¡Aler!-
gritó exasperada, al ver que no le contestaba.
-Sabes que nunca haría nada que tú
no quisieras- dijo, mientras acariciaba el cristal de la ventana.
Elizabeth subió corriendo las
escaleras, casi tropezó con el último peldaño, pero logró mantener el
equilibrio. Se encerró en su habitación, apoyándose contra la puerta,
respirando rápidamente.
-No puede ser, no puede pasar esto. Aler
nunca… él no haría nada así-murmuraba para sí, mientras se abalanzaba sobre su
portátil en busca de algo que aclarara sus especulaciones sobre Aler.
Empezó a buscar información sobre cómo
son los asesinos y encontró siempre el mismo patrón en los que eran psicópatas.
Todos maltrataban y mataban animales cuando eran pequeños. Le venían recuerdos
a la mente de su niñez, cuando visitaba a Aler desde su sótano, y empezó a
llorar al darse cuenta de que siempre había manchas de sangre pequeñas y mucho
pelo de animales. Incluso tenía una pequeña colección de cráneos de gato. Sin
embargo, nunca pensó que fuese él quien los mataba, y quería seguir pensando
que no era así.
Pasó toda una semana sin bajar al
sótano, e incluso pidió una excedencia en su trabajo, pues estaba destrozada
por lo ocurrido. Aquella semana había sido horrible, añadiendo que el señor
Smith, otro vecino de su calle, no paraba de ir a su casa. Era un señor mayor,
de unos cincuenta años, que siempre iba detrás de las chicas jóvenes. A Elizabeth
ya la tenía harta, y no sabía cómo hacer que la dejara en paz. Esa tarde se la
pasó viendo un reportaje en la televisión sobre un asesino en serie que
descuartizaba a sus víctimas. Estaba tan cansada que se durmió en el sofá
mientras lo veía.
Cuando abrió los ojos ya era de noche. La tele seguía encendida pero no le hacía caso, hasta que escuchó un nombre que le era familiar. Escuchó con más atención y le dio un vuelco el corazón cuando repitieron el nombre de su vecino y vio su fotografía en la pantalla. Aterrada, y a la vez furiosa, bajó corriendo al sótano observando con horror cómo Aler estaba cubierto de sangre, y había pedazos de lo que parecía ser el señor Smith esparcidos por su sótano. Su cabeza colgaba, apenas unida a su cuello y a un trozo de su tronco, que estaba partido en dos. Se apartó de la ventana maldiciendo a pleno grito, pues sus temores se confirmaban. Empezó a chillarle y decirle que llamaría a la policía y que lo entregaría. Aler, con su sonrisa de siempre, solo se limitó a escribir algo en un papel y se lo guardó en el bolsillo, para luego acercarse a la ventana de Elizabeth, al tiempo que esta daba un paso atrás, y señaló una pequeña trampilla que había en medio del sótano de Elisabeth.
-Sabes que nunca haría nada que no
quisieras- dijo Aler mientras se relamía los labios maliciosamente-.Si yo caigo,
tú vendrás conmigo.
Extrañada por aquellas extrañas
palabras, Elizabeth se apresuró a abrir la trampilla que Aler le señalaba.
Cuando descubrió lo que había dentro se quedó inmóvil. Estaba el cuerpo sin
vida y ya ligeramente descompuesto de la señora Norris, había otros dos cuerpos
humanos, ya en los huesos, vestidos con una chaqueta azul y un abrigo rojizo
llenos de polvo, además de varios huesos que parecían de animales. Con los ojos
llenos de lágrimas, fue hasta la ventana y la golpeó con todas sus fuerzas.
Rompió el cristal en muchos pedazos, pero había algo que Elizabeth no llegaba a
comprender.
Con una risa nerviosa, sacó un
pequeño papel de su bolsillo, lo leyó y cayó al suelo riendo a carcajadas.
Empezó a escuchar las sirenas de la policía a lo lejos y se apresuró a salir de
aquel sótano. Cuando la policía entró al sótano de Elizabeth, encontraron todos
los cuerpos, y un pequeño papel delante de un viejo espejo roto.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada