Desde el siglo pasado ha
habido dictaduras más crueles de lo que pudiese haber sido visto. Ahí tenemos
el ejemplo de Franco y la fuga de cerebros que hubo sobre todo en el ámbito
literario.
Aun así, si un artista
permanece en una dictadura será por decisión propia y no tendría por qué
afectar a su carrera. Casos como el de Bigote Arrocet, que era cercano a
Pinochet, o el de Mario Alberto Kempes, que participó en el Mundial del 78 por
Argentina en un momento en el que gobernaba el dictador Jorge Rafael Videla, nos
lo confirman.
No tiene que afectar,
básicamente, porque no se ha apoyado ningún crimen. En el supuesto de que Dalí,
defensor del franquismo, hubiese fusilado a alguien, ya sería cómplice del
régimen, pero no ha sido el caso. Y Dalí ahora es un artista bastante
reconocido en este país.
No es el caso de la
cineasta Leni Riefenstahl, quien participó en el sistema propagandístico nazi.
Si bien sus trabajos son reconocidos, fue condenada por los artistas y su obra
está prohibida en algunos sitios.
En síntesis, un artista puede vivir en una sociedad en plena dictadura sin participar en esta, simplemente haciendo su trabajo sin que la censura se lo impida.
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