Felicidad permanente, fiesta
continua, viajes constantes, grandes amigos que de pronto se desvanecen y de cuya
pasada existencia ya no hay rastro, apasionados romances, riquísimas comidas…
¡Ah, y cumpleaños, muchísimos cumpleaños! Pero ¿es eso en verdad la vida de quienes
nos rodean? ¿Son en verdad así?
Si nos fijamos en las
publicaciones de Instagram o Facebook de aquellos que nos rodean, observaremos
una vida idílica, pues nadie sube a sus redes sociales los suspensos, suben las
imágenes de la graduación; nadie sube las decepciones amorosas, suben imágenes
con su pareja, aparentemente muy enamorados, hasta que dejan de estarlo y estas
desaparecen mágicamente; nadie sube las tristezas, las decepciones, los
fracasos… Aunque también somos esa parte negativa de nuestras vidas.
Al ser preguntado el
premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, sobre su posible entrada en las
redes sociales, el autor de La ciudad y los perros concluyó que sería un
tiempo que perdería de leer. Quienes se pasan la vida en las redes, tal vez, delaten
una vida vacía, libre de un enriquecimiento cultural que podría ser mucho mejor
para ellos.
Estos mismos son los que
popularizan expresiones como: «Si no estás en las redes, no eres
nadie».
Como dijo la actriz Carmen Maura: «Pues qué suerte no ser nadie». No ser nadie
se va convirtiendo poco a poco en sinónimo de serlo todo.
En conclusión, es posible afirmar que
somos mucho más que lo publicado en redes, pues si hay algo que verdaderamente
no somos son esos 140 caracteres de Twitter o las publicaciones de Instagram.
Esto son proyecciones ilusorias de nosotros mismos para el lucimiento ante la
comunidad.
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