Per Marc Pérez Penadés
Ya desde mediados del siglo XX se nos advertía de los peligros de la
inteligencia artificial. En un relato, por ejemplo, una supercomputadora
desarrollaba tal aversión al ser humano que exterminaba a la humanidad y dejaba
a un par de personas vivas para torturarlas eternamente. La sociedad es
consciente en parte de los peligros que supone la IA, pero se ve incapaz de
frenarla. Es algo que sencillamente se nos escapa.
Sin embargo, sí que es posible paralizar el desarrollo de los algoritmos.
La gran mayoría de inteligencias artificiales generativas se entrenan a través
de una base de datos con gran cantidad de contenido humano. Mediante estos
recursos, los algoritmos se desarrollan y se perfilan. Como la IA no ha llegado
al punto en el que sea capaz de mejorarse por sí sola, si le quitamos todo el
contenido que necesita para entrenarse, su avance frenará en seco.
Esta propuesta parece fácil en teoría, pero no lo es en la práctica. La
sociedad, hoy en día, está sujeta a un capitalismo voraz y, para nuestra propia
deshonra, ya hemos demostrado varias veces que el ser humano prefiere el
beneficio económico al bien común de la humanidad. Las grandes petroleras
continúan extrayendo combustibles, aunque saben el daño que provoca. Muchos
países continúan vendiendo armas a Israel, aunque saben que se está cometiendo
un genocidio. ¿Creen ustedes que Sam Altman y Elon Musk van a dejar de
desarrollar una tecnología que les reporta cuantiosas ganancias?
¿Podremos, después de todo, frenar el algoritmo? Claramente, es posible. El
problema es que para ello nos enfrentamos a un gran obstáculo: nuestra propia
avaricia.

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